PRINCIPIO 2: CADA APRENDIZAJE A SU TIEMPO
Podemos educar a nuestros hijos desde su nacimiento, (y es fundamental que lo hagamos), aunque deberemos tener en cuenta que a cada edad podremos exigirles ciertas cosas, y que, según vayan creciendo, su mente estará más preparada para acercarse a un comportamiento adulto. ¿Sabías que el cerebro humano termina de conformarse alrededor de los 21 años?

Si queremos entender la buena y mala conducta de los niños y adolescentes, es interesante tener en cuenta que sus cerebros no son iguales a los nuestros. He aquí algunas diferencias.
Sus emociones son más incontrolables.
Niños y adolescentes son menos capaces de regular sus emociones, aunque esto mejora con la edad. En los infantes suelen aparecer emociones intensas, agradables y desagradables, que pueden llevarlos a tener un comportamiento muy eufórico y desordenado. Seguro que has podido comprobar por ti mismo las dificultades que tienen los más pequeños para gestionar sus emociones cuando están expectantes por hacer algo nuevo o divertido, cuando han hecho mucho deporte o han estado en una celebración muy bulliciosa... Aprendemos a calmarnos y gestionar nuestras emociones cuando nuestro cerebro va madurando. Los adolescentes, con su cerebro hormonado y puramente social, también pueden sentir que sus emociones les llevan por una montaña rusa que, en ocasiones, les hace sentir muy inestables. Algunos pasan de la euforia a la tristeza más profunda, se ruborizan con facilidad y es frecuente que tengan dificultades para evitar una risa contagiosa en un momento inoportuno. Es importante tener en cuenta esta circunstancia a la hora de interpretar un “mal comportamiento”. También a la hora de acompañarlos en estas desregulaciones, (en la web encontrarás recursos específicos sobre ello, como por ejemplo Conectar y Redirigir).
Como veremos más adelante, el aprendizaje está muy vinculado a la gestión y regulación de las emociones y esto es una cualidad que los niños y adolescentes van adquiriendo conforme a su desarrollo. Desde la familia, podemos ayudarles en dicho aprendizaje que, además, les garantizará ser capaces de alcanzar un buen grado de bienestar emocional.
Su cerebro tiene cualidades y necesidades distintas.
Por otro lado, sobre todo si nos fijamos en el mejor comportamiento posible de un menor, tendremos que considerar que los más pequeños son más impacientes y que sus tiempos de espera suelen ser más cortos. Necesitan más movimiento y esto nos lleva a procurarles entornos adecuados a sus necesidades. Por ejemplo, si juzgamos el mal comportamiento de nuestro hijo de 5 años en un evento teatral, probablemente no tengamos en cuenta que su atención es limitada y su necesidad de movimiento mayor que en niños más grandes. Son muchas las ocasiones del día a día en las que valoramos más nuestras necesidades como adultos que las suyas propias y esto nos lleva, sin querer, a pedirles un comportamiento que no nos pueden dar. Si, por ejemplo, tienes mucho interés en ver una obra de teatro, puede ser mejor que te pongas de acuerdo con unos amigos para llevar a todos los niños a un plan infantil mientras los otros asisten a esa obra de teatro y viceversa.
Si necesitas que tu hijo te acompañe en actividades de adulto “inevitables”, como un viaje en avión o un compromiso familiar, ten en cuenta sus necesidades madurativas. Haz que se entretenga, permite que se mueva de tanto en tanto, felicita su buen comportamiento y ayúdale a estar tranquilo intentando que este tipo de situaciones se acomoden a sus necesidades. Quizás de ese modo podrán juzgar si su comportamiento es adecuado o no con más objetividad. También puedes encontrar algunos recursos y actividades en nuestra web.
Además de todo esto, a la hora de observan un comportamiento infantil deberíamos ser considerados con la capacidad que evolutivamente tengan para comprender instrucciones, reglas sociales e interpretar el mundo. Principalmente para estar seguros de que no les estamos pidiendo algo que no pueden alcanzar a comprender o cumplir.
A menor edad, las consecuencias han de ser más inmediatas.
También a propósito de la inmediatez, hemos de tener en cuenta la edad y madurez de los hijos a la hora de “aplicar” consecuencias de su comportamiento. Si son muy pequeños y queremos premiarles por algo que han hecho muy bien, no deberíamos reconocérselo demasiado tarde. El reconocimiento inmediato tiene mayor efecto.
Por terminar con algo bueno nuestro artículo y reflexión sobre la importancia de tener en cuenta la madurez a la hora de educar, es obligatorio reconocer que todo lo anterior no anula el gran poder de nuestra influencia en lo que los hijos hacen, sienten o piensan. Todo lo contrario: les influimos constantemente. Cuanto antes empecemos a ayudarles en su interacción con el mundo, más eficaces seremos, ya que serán mucho más permeables.
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