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LUCES Y SOMBRAS DEL FENÓMENO TRANS

Vivimos en una sociedad en la que cada vez es más difícil ser padre o madre. Hoy en día, con el desarrollo de la sociedad digital, las redes sociales, los medios de comunicación o el marketing, la exposición a influencias externas al que están sometidos los niños ha crecido de manera exponencial y en muchos de los casos resulta difícil de gestionar por los padres.


En este contexto, la politización y mercantilización de la identidad de género irrumpe para generar más confusión entre niños, adolescentes y sus ya exigidos padres, mientras los profesionales de la salud asisten a un incremento exponencial de los casos de adolescentes que acuden a las consultas diciendo ser transexuales.




¿Es lo mismo el sexo que el género?


Antes de seguir hablando de esta nueva realidad para muchos padres es necesario distinguir entre los conceptos de sexo y género. 

Por un lado, el “sexo” es un indicador biológico objetivo de ser hombre o mujer (entendido en el contexto de la capacidad de reproducción y la dotación genética). El sexo viene determinado por los distintos cromosomas sexuales, las hormonas sexuales y unos genitales internos y externos no ambiguos. El sexo es algo objetivo y no simplemente asignado al nacer. 

Por otro lado, el “género” es el papel cultural que se vive como niño o niña, hombre o mujer, en el que además de los factores biológicos, es decir el sexo, intervienen los factores sociales y psicológicos.

De acuerdo con esta distinción entre lo biológico (el sexo), y lo socialmente definido (el género), la “identidad de género” sería una categoría de identidad social que identifica a una persona como hombre, mujer o, en ocasiones en una categoría que no es la de varón o mujer, como es el género “no binario”. 


Por tanto, la identidad de género es una construcción social que viene condicionada por innumerables experiencias cotidianas que condicionan lo que es ser niño o niña: por ejemplo, criticar a un niño por estar jugando con muñecas o tachar a una niña de poco femenina simplemente porque no le gusta la ropa “de niña” por incómoda. Estos son solo dos de los muchos ejemplos de cómo los estereotipos de género siguen condicionando a niños y niñas que, a pesar de manifestar estas preferencias, no tienen por qué tener malestar alguno con su sexo biológico.


Esta es una primera matización muy importante a tener en cuenta como padres, ya que la sola discrepancia del comportamiento del niño o niña, con respecto a los estereotipos de género socialmente aceptados o impuestos no implica que un niño o niña sea trans.



La disforia de género, un indicador necesario, pero no suficiente


Para que pueda considerarse la posibilidad, que no la certeza, de que un niño sea trans, éste debe experimentar lo que se conoce como disforia de género, es decir el malestar que puede acompañar a la incongruencia entre el género sentido y expresado, y el género vinculado al sexo biológico. De esta forma el énfasis no se encuentra en la incongruencia entre el género sentido y el sexo biológico sino en el malestar que esta incongruencia causa.


El manual diagnóstico DSM-5 de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) incluye, además del malestar (criterio B), como criterio principal (Criterio A) “una marcada incongruencia entre el género que uno siente o expresa y su sexo biológico, de una duración mínima de seis meses”, manifestada por un mínimo de seis características de entre 8 que cita, entre las cuales incluye como imprescindible “un poderoso deseo de ser del otro género o una insistencia de que él o ella es del género opuesto (o de un género alternativo distinto del que se le asigna)”.


¿Criterios diagnósticos o estereotipos sociales?


Sin embargo, entre los 8 criterios de diagnóstico de la disforia de género en niños incluye algunos que en nuestra opinión están marcados por los estereotipos sociales acerca de cómo se supone que debe comportarse una niña o un niño:


  • Una marcada preferencia por los juguetes, juegos o actividades habitualmente utilizados o practicados por el género opuesto. Cómo psicólogos con una larga experiencia clínica, hemos encontrado numerosos niños que no mostraban preferencia por los juegos o juguetes “atribuidos a su sexo” y que no mostraron en la edad adulta disforia de género.


  • En los chicos (género biológico), un fuerte rechazo a los juguetes, juegos y actividades típicamente masculinos, así como una marcada evitación de los juegos bruscos; en las chicas (género biológico), un fuerte rechazo a los juguetes, juegos y actividades típicamente femeninos. Nuestra larga experiencia clínica no ha confirmado esta afirmación, de clara connotación sexista.


  • Una preferencia por compañeros de juego del sexo opuesto.


  • En los chicos (género biológico), una fuerte preferencia por el travestismo o por simular el atuendo femenino; en las chicas (género biológico) una fuerte preferencia por vestir solamente ropas típicamente masculinas y una fuerte resistencia a vestir ropas típicamente femeninas. En nuestra práctica clínica hemos observado chicos o chicas que se han disfrazado y han mostrado una marcada preferencia por ropa del otro género (por ejemplo, vestirse de princesa en un chico) y cuando han sido adultos han mostrado un comportamiento heterosexual.

  • Preferencias marcadas y persistentes por el papel del otro género o fantasías referentes a pertenecer al otro género.


La influencia del activismo trans en la educación


De la misma manera que el activismo trans he ejercido su influencia sobre los manuales diagnósticos como el DSM-5, ha forzado a muchas autonomías en España a publicar protocolos de obligado cumplimiento. Por ejemplo, el del Gobierno Vasco exige a los miembros del equipo docente que observen e informen sobre aquellos alumnos que de manera reiterada manifiesten conductas que pudieran indicar “una identidad sexual no coincidente con su sexo biológico, o bien comportamientos de género no coincidentes con los que socialmente se espera en base a su sexo”. Nuevamente se recurre a criterios sexistas para determinar los comportamientos “adecuados” en un niño o una niña


Además los padres pueden verse forzados a aceptar sin criterios médicos y psicológicos la “nueva realidad detectada por el centro o manifestada por el menor”, a riesgo de que si no lo hacen el centro dé traslado a servicios sociales: “En el caso de que se constate que las madres, los padres, las tutoras o los tutores legales se nieguen a colaborar con el centro educativo (asistir a reuniones programadas); o nieguen la realidad expresada por su hija o hijo, la falta de colaboración o no aceptación de la identidad de género puede ser considerado un indicador susceptible de una situación de riesgo, por lo que se deberá  dar traslado del caso al servicio social correspondiente del municipio de residencia de la familia”.


Protocolos similares han sido aprobados por 14 Comunidades Autónomas.






Los falsos positivos de la disforia de género


El problema es que un supuesto malestar por el género puede ser una forma en que el menor, esté canalizando otros malestares. El prototipo de falsos casos trans sería una niña o niño que sufre exclusión, autismo, acoso escolar, problemas de adaptación y de relación social, baja autoestima, déficit de gestión emocional y muchos otros problemas  de índole emocional y social, acompañados de las campañas que se han venido llevando a cabo en muchos colegios y entornos sociales. 


Dada la relevancia mediática de la ideología trans y las cautelas que se han tomado en ámbitos educativos para la protección de las personas trans, el menor, al encontrar un colectivo que le acoge y le apoya, puede atribuir erróneamente su malestar psicológico y emocional, provocado por los problemas de adaptación, a que considera que es trans. El perfil de las personas diagnosticadas suele ser complejo y combina como hemos visto diferentes problemas emocionales y sociales.


En un artículo anterior consideramos algunas de las posibles causas del aumento de casos trans entre los adolescentes. Y en concreto, la canalización de una dificultad psicoemocional hacia la disforia de género puede ser una de las causas de la avalancha de casos supuestamente trans entre los adolescentes que en algunos hospitales como el Hospital Gregorio Marañón de Madrid han llegado a ser el 20% de los adolescentes ingresados en psiquiatría. 


Sin embargo, cuando un niño es trans de verdad se ve desde los cuatro o cinco años. A esa edad ya manifiestan su malestar con sus genitales, con su rol de género biológico y con los juguetes y la ropa asociados. Y siguen expresando ese malestar a lo largo de su desarrollo. En estos casos, que eran los habituales hasta hace unos pocos años, sufren esa disforia o malestar con su sexo de forma permanente y estarían plenamente justificados los tratamientos de reasignación de sexo para ellos. Pero estos casos son los menos.


El problema es que la ley trans solo ofrece una única opción con efectos secundarios e irreversibles


Si una persona dice que es transexual, el único camino que se le plantea con esta ley es el “tratamiento afirmativo” o la transición, es decir, la hormonación y, posteriormente, el cambio de sexo.


El modelo de tratamiento afirmativo (perspectiva que se enfoca en la aceptación y el respeto de la diversidad sexual y de género), aunque beneficioso para muchas personas, ha podido llevar incluso a clínicos y familias a condicionar a sus pacientes y seres queridos hacia la transición, en un esfuerzo por parecer tan apoyadores como fuera posible.


El creciente número de personas arrepentidas sugiere que la transición no parece que sea siempre la mejor opción y más cuando implica cambios irreversibles. Cada vez hay más personas que después de haber empezado la transición hormonal y quirúrgica quieren dar marcha atrás y quizás ya han sufrido cambios y daños irreparables. Se trata de personas que han entrado en la transición sin la debida explicación o que incluso han podido ser con entusiasmo empujadas por su entorno. 


Pero el ambiente hostil generado por el activismo queer ha llevado a condenar cualquier intento de terapia bajo la sospecha de aplicar “terapia de conversión” o terapia de reorientación sexual (una serie de métodos pseudocientíficos que intentan cambiar la orientación sexual de los pacientes). Este ha sido el caso del psicólogo canadiense Kenneth Suker, referencia mundial en disforia de género y que se vio obligado a cerrar su clínica por la presión trans. Su enfoque contempla, llegado el momento, el tratamiento afirmativo, pero se centra en primer lugar en la espera atenta y la exploración de problemas asociados y las circunstancias de cada caso.


En este contexto de presión del activismo trans, Suecia, el país pionero en reconocer los derechos transexuales en 1972, ha decidido restringir el acceso de los menores a tratamientos hormonales para reasignar el género al aumentar los casos un 1.000%. Sus autoridades sanitarias han cambiado radicalmente su política al considerar que la terapia hormonal para niños y adolescentes tiene efectos secundarios graves. Además, han limitado la ablación de ovarios o testículos solo a partir de los 23 años.






La evaluación psicológica es fundamental para evitar consecuencias nefastas


Nos ponemos en la piel de padres preocupados por la decisión de sus hijos de transicionar (hacer la transición desde el género correspondiente al sexo biológico hacia la identidad de género sentida). Ya comentamos anteriormente algunos consejos para familias con hijos adolescentes.


El procedimiento médico de transición tiene efectos secundarios y la operación es irreversible, y eso es algo que muchas personas desconocen


Por lo tanto, ese periodo de espera, de escucha y de estudio que plantea Kenneth Suker es primordial. Una mala elección solo va a traer en el futuro personas que se van a sentir enormemente desgraciadas.


Si se suprime la necesidad de realizar una evaluación médica y psicológica, en realidad se está privando a la persona del derecho a una buena atención sanitaria. Una buena atención sanitaria no es la que da la razón a toda costa a la persona y le facilita los medios para llevar a cabo acciones de las que puede arrepentirse, sino la que procura su bienestar físico y psicológico respetando a la vez su autonomía.


Por ello, ante todo, la evaluación psicológica es fundamental para entender cualquier malestar psicoemocional, porque no siempre las causas son obvias para la propia persona. La psicología dispone de numerosos procedimientos que permiten entender el problema y clarificar sus causas, motivos, razones y circunstancias. Se trata de ofrecer a la persona un espacio para conocer sus razones y sus motivaciones y que sea consciente de si realmente su malestar esta producido por ese descontento con el sexo o está basado en otros problemas psicológicos o, incluso, en la presión social o el adoctrinamiento ideológico.



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