El fenómeno “Millennial”: ¿cómo educar a tus hijos para prevenirlo?
Probablemente has escuchado el término “millennial” en las redes sociales o en la televisión para referirse a la nueva generación de jóvenes. Si es así, seguramente has escuchado muchas críticas y rechazo ante la actitud de este grupo de adultos- jóvenes que nacieron de 1985 en adelante.
Para describir este fenómeno, es importante destacar que no podemos generalizar ni asegurar que todos los que nacieron en este periodo cumplen con este patrón. Sin embargo, se ha observado que muchos comparten unas características que les distinguen especialmente en el ámbito laboral. A los “millennial” se les considera narcisistas, demasiado centrados en ellos mismos, dispersos, perezosos, intolerantes y el rasgo que mas les caracteriza es que: SIENTEN QUE SE MERECEN TODO.
Es preocupante ver como estos chicos suelen cambiar mucho de trabajo, no se sienten satisfechos en ningún puesto, están en paro porque no encuentran su “trabajo ideal” y sienten un vacío existencial difícilmente explicable. Pero ¿por qué ocurre esto?
De acuerdo a Simon Sinek, observador y estudioso de este fenómeno, existen cuatro razones que lo explicarían: La forma en la que les educaron sus padres, la tecnología, la impaciencia y el ambiente. En este artículo nos centraremos en cómo la educación de los padres puede influir en que se dé o no esta situación.
Desde hace algunas décadas la educación familiar comenzó a cambiar. Surgieron muchas teorías acerca de la importancia de tener una relación más cercana con los hijos, de mantener una buena comunicación, la forma de ejercer la disciplina se volvió más flexible y democrática y los padres se volvieron más “modernos”. Se le empezó a dar mucha importancia a la autoestima de los niños y los castigos empezaron a tener mala fama por miedo a generar “traumas”. También se comenzó a dar más libertad de decisión y expresión. En definitiva, la educación comenzó a sufrir cambios muy importantes, dejando atrás viejas teorías y probando nuevas fórmulas.
Aunque la evolución y el desarrollo de la educación han traído muchas cosas buenas, también ha dado lugar a problemas que antes no existían. Cualquier extremo es peligroso y ahora por ejemplo estamos observando como la permisividad o la sobreprotección, parecen estar teniendo consecuencias graves en nuestros hijos adultos (menor tolerancia a la frustración, aumento de las conductas vandálicas, peores estrategias de afrontamiento…)
Lo que Sinek descubrió, es que la generación “millennial” es la primera que fue educada con este modelo permisivo. Una generación de niños a los que se les decía todo el tiempo que eran únicos, especiales y que podían conseguir cualquier cosa que quisieran. Los padres comenzaron a tomar un papel mucho más activo protegiéndoles de cualquier malestar, problema o frustración que la vida les iba poniendo delante. Al mismo tiempo que se reforzaba indiscriminadamente cualquier conducta aunque no fuera la deseable, creando la falsa creencia en los hijos de que todo tiene que ser recompensando.
Sacar buenas notas, ordenar el dormitorio, ser educado en una reunión familiar, ayudar en las tareas de casa, pasear al perro… ¡cualquier cosa tiene que ser premiada! Esta generación de padres, que comenzó hace 20-30 años, continua hoy persiguiendo el objetivo de satisfacer todas las necesidades de sus hijos e intentando que sufran lo mínimo posible.
Pero no todo son malas noticias. Somos una generación de padres que nos preocupamos mucho por atender la educación de nuestros hijos y formar vínculos fuertes con ellos. Padres comprometidos con la crianza de los hijos pero que a veces nos cuesta distinguir cuándo estamos siendo excesivamente “rígidos” o “permisivos”.
Estos consejos nos pueden servir de ayuda en esta compleja tarea:
Claro que cada niño es muy especial y es bueno que se lo digas; sin embargo, asegúrate de decirle que todos somos especiales y tenemos cualidades y defectos. Ayuda a tus hijos a identificar y potenciar sus cualidades y a reconocer sus debilidades y cómo aceptarlas o modificarlas. Una buena autoestima se construye a partir de un auto conocimiento objetivo, no a partir de la creencia falsa de que somos “perfectos”. Y sobre todo de la satisfacción que proporciona el esfuerzo, la autodisciplina y conseguir las cosas por uno mismo.
Si la profesora les castiga, habla con ellos y escúchalos. Si no reconoce su culpa, ayúdale a entender por qué puede ser que la profesora se haya enfadado o qué hizo mal. Para esto puedes pedirle que te cuente todo lo que sucedió como si fuera una película. Explícale que ante las críticas externas debemos pararnos a pensar cuál fue nuestra responsabilidad para poder mejorar en un futuro. Las críticas son una oportunidad para aprender y mejorar.
Si tu hijo pierde, suspende un examen, eliminan a su equipo de la liga deportiva no le premies para que “no se sienta mal”. En lugar de ello, empatiza con él y valida su emoción. Puedes decirle: “Entiendo que perder no te hace sentir muy bien e imagino que estás triste, es normal que te sientas así pero no siempre podemos ganar. Ya habrá otras ocasiones”. Normaliza el fracaso como parte de la vida.
Es muy importante que refuerces las conductas y actitudes buenas. Si saca buenas notas, hace sus deberes, se comporta bien o te ayuda con las tareas del hogar, es buena idea reconocérselo, felicitarle o agradecerle. Sin embargo, dar premios materiales o elogios muy frecuentemente puede hacerle creer que “ha hecho un favor” y puede provocar que de mayor siempre busque reconocimiento social o premios cada vez que haga algo que le cueste esfuerzo.
Ayúdale a encontrar la satisfacción interna por el esfuerzo y la labor bien hecha. Cuando tenga un logro pregúntale cómo se siente por ello y ayúdale a reflexionar acerca de todo lo que tuvo que hacer para conseguirlo y sobre cómo el esfuerzo merece la pena.
Aunque poner límites en ocasiones sea difícil para nosotros, pensemos en el regalo que le damos a nuestros hijos al ayudarles a construir su carácter por medio de una disciplina, flexible pero clara y constante.
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