EL CASTIGO COMO HERRAMIENTA EN LA CRIANZA
El término castigo ha gozado habitualmente de muy mala prensa. Esto se debe a que, bajo el paraguas de este concepto, se han utilizado prácticas poco respetuosas para intentar cambiar comportamientos inadecuados de niños y adolescentes de todas las épocas. Seguro que a tu mente vienen ejemplos de este el mal uso de una herramienta educativa que, sin embargo, cuando es bien entendida y utilizada, nos ayuda a aprender de aquello que hacemos mal.
Este es el cuarto artículo de la colección: ESCUELA DE FAMILIAS. Una serie de artículos en los que damos pautas y recursos para hacer frente a los problemas cotidianos en la educación.
Para la psicología un castigo es algo que sucede asociado a un comportamiento, algo que hace que el comportamiento humano tienda a no repetirse. La consecuencia puede ser que algo malo suceda, y entonces se le suele llamar castigo positivo, (por ejemplo, una multa por exceso de velocidad) o puede ser que algo bueno desaparezca, y se denomina castigo negativo, (por ejemplo, cuando un adulto llega tarde al trabajo y pierde el “plus” de puntualidad en su nómina). El castigo no puede considerarse como bueno o malo, simplemente es algo necesario para aprender.
Todos los seres humanos, independientemente de nuestra edad, aprendemos cuando las consecuencias de lo que hacemos no son agradables. Los niños también son capaces de aprender a partir de las consecuencias de su conducta. Y, aunque te parezca sorprendente la siguiente afirmación, en nuestro caso creemos que para que los niños adquieran comportamientos deseables y responsables, deben comprender las consecuencias agradables, pero también desagradables de lo que hacen. Sería estupendo educar a un hijo únicamente desde lo positivo, pero resulta imposible. Es por ello que pensamos que, en el contexto de la crianza, experimentar el castigo es necesario. Cuando los hijos tienen comportamientos inadecuados, pueden aprender de los errores viendo qué consecuencias tiene lo que hacen. El castigo les ayuda a mejorar y a desarrollar el autocontrol.
Sin embargo, entendemos a algunos detractores del castigo como estrategia educativa. Muchos asocian el castigo con exponer al niño a la violencia. En el pasado hemos conocido ocasiones en las que se ha entendido que para educar se debía ser violento, contundente o agresivo a la hora de aplicar consecuencias. Se nos vienen a la memoria niños encerrados en su habitación, adolescentes que reciben bofetadas o escolares mirando a la pared de la clase. Esos no son castigos adecuados. Como toda técnica, el castigo hay que saber aplicarlo y hacerlo además desde el amor. No todas la consecuencias desagradables han de ser agresivas para tu hijo. De hecho, sabemos que cuando tratamos a un niño con violencia, los castigos no son apropiados, respetuosos ni eficaces.
En este apartado de las pautas de crianza veremos cómo aplicar la técnica del castigo de forma respetuosa y adecuada a nuestros propósitos: que los hijos tengan cada vez mejores comportamientos y que sepamos resolver de forma correcta los problemas de crianza del día a día.
LO PRIMERO ES ENTENDER LA CONDUCTA INADECUADA
Cuando queremos modificar el comportamiento o la actitud infantil o adolescente, es importante que reflexionemos acerca de los motivos que llevan a los hijos a actuar de determinada manera.
Muchos niños tienen mal comportamiento porque no saben comportarse de otra manera o porque les faltan habilidades para manejarse en un determinado contexto. Pero otras veces algo sucede que les pone alerta o les asusta, conectándoles con la parte más primitiva de su cerebro. En estos casos deberíamos saber distinguir una buena rabieta “irracional” de una mala conducta “consciente” en la que el niño únicamente pretende salirse con la suya. Conoce más sobre este asunto en este enlace: Conectar y Redirigir.
Por otro lado, hay ocasiones en las que los niños sencillamente se comportan acorde a su edad y desarrollo evolutivo. La noche de los Reyes Magos sería muy normal que tu hijo estuviera nervioso, excitado o tuviera dificultades para dormirse. También cuando están cansados, tienen hambre o les exponemos a situaciones demasiado exigentes es cuestión de tiempo que comiencen a portarse mal, (por ejemplo, si pasan demasiado tiempo en un centro comercial o en un restaurante).
En determinadas circunstancias, los niños tienen un comportamiento inadecuado como manera de llamar nuestra atención o mostrar sus dificultades o cuando entienden que para nosotros es más evidente y “visible” un mal comportamiento que uno bueno. ¿Te ha ocurrido alguna vez que la buena conducta de tu hijo te pasara desapercibida?
En cualquier caso, e independientemente de los motivos, creemos importante acompañar a los niños en la adquisición de habilidades y competencias para actuar correctamente. Pero deberíamos tener en cuenta estos condicionantes a la hora de corregirles mediante un castigo, ya que probablemente tenemos oportunidades de prevenir o reconducir su manera de actuar.
CÓMO SER CONSECUENTE CUANDO SE PORTAN MAL
Algunas reglas básicas a la hora de aplicar un castigo y que tendríamos que considerar:
Los seres humanos respondemos mejor al elogio que al castigo. Por ello, estaría bien que alternásemos el uno con el otro, teniendo en cuenta que el elogio es más eficaz que el castigo y usando éste únicamente cuando sea necesario.
Cuando usamos el castigo para reconducir un mal comportamiento, debemos tener en cuenta que el castigo por sí mismo no produce conductas deseadas, es decir, no enseña a los niños a portarse bien. El castigo sirve para reducir comportamientos o actitudes inadecuados, pero no dice al niño cuál es la alternativa, no le dice cómo hacerlo bien. Para que un niño aprenda lo que se debe hacer en una circunstancia determinada, el castigo debe ir acompañado de técnicas positivas que le ayuden a adquirir comportamientos adecuados o que se acercan a ser apropiados.
No deberíamos abusar de los castigos, ya que pierden eficacia. El castigo ocasional tiene más resultados que el castigo frecuente. Los niños se acostumbran. Por eso, es una herramienta que debe usarse con moderación, solo cuando sea necesario.
En ninguna circunstancia están recomendados ni justificados el uso de la violencia o la falta de respeto a la hora de educar. Las malas palabras, la violencia física o los castigos vejatorios no son recursos para educar y rompen el vínculo de afecto y apego necesario entre padres e hijos durante la crianza.
Tenemos que estar atentos a todas y cada una de las consecuencias de un castigo, ya que si tu hijo percibe alguna ganancia en la consecuencia de lo que hace probablemente el castigo no tenga el efecto deseado. Por ejemplo, si a un niño no le gusta la cena de esta noche y está molestando en la mesa, cuando su madre le manda a su habitación podría encontrar muchas e interesantes ganancias: se libra de la cena, puede dedicar un tiempo a jugar solo o a leer… (Más abajo te ayudaremos a comprender cómo hacerlo mejor).
CÓMO USAR EL CASTIGO DE FORMA ADECUADA
Valora los motivos que han llevado a tu hijo a comportarse mal. Probablemente obtendrás información útil para prevenir o reconducir otras situaciones incómodas.
Permite las consecuencias naturales de lo que hace, a veces no hay mejor castigo. Si tu hijo ha olvidado echar su sudadera favorita al cesto de la ropa, inevitablemente tendrá que llevar otra indumentaria a la fiesta de amigos que tanto estaba esperando (será un castigo negativo, ya que pierde algo bueno). No le resuelvas, por ejemplo, lavándola a última hora o llevándole a comprar una nueva. Sería un gran premio a sus olvidos.
El castigo únicamente es eficaz si disminuye la probabilidad de que la conducta inapropiada se repita, no si consiste en un hecho aislado, aunque sea molesto o desagradable. Para ello, busca consecuencias relacionadas con el comportamiento a cambiar. Por ejemplo, si tu hijo se niega a tomar la cena, retira el postre delicioso que viene a continuación, (castigo positivo). Por supuesto debes de informarle que podrá tomarse el postre si se ha tomado lo anterior. Si se deja olvidada la mochila en el colegio y no puede hacer las tareas, no sería adecuado resolverle su error, por ejemplo, yendo tú a recogerla. De ese modo es probable que el olvido se repita en el futuro y no aprendería las consecuencias. Es mejor que aprenda a resolverlo él mismo llamando a un compañero o que enfrente al día siguiente las consecuencias ante el profesor (castigo positivo) y limita el tiempo de ocio esa tarde, (castigo negativo). Si, por poner otro ejemplo, tu hijo rompe algo de un amigo, haz que lo reponga con sus ahorros, comprándolo de su hucha.
Sé específico. Haz que tenga malas consecuencias por cosas concretas. No se puede castigar a un niño “por todo”, ni “siempre”. Recuerda que cuando criticamos o juzgamos su comportamiento estamos cuestionando justo eso: que se ha portado mal, pero no juzgamos sus cualidades personales, es decir, no es malo, ya que esto repercutiría negativamente en su autoestima.
Las consecuencias naturales son, habitualmente, inmediatas y por eso aprendemos de ellas de forma rápida. Si tocamos el fuego nos quemamos en el acto, y seguramente no volvamos a hacerlo. Si el castigo no es contingente y cercano a la mala conducta pierde su eficacia. Aplica el castigo inmediatamente o lo antes posible, así tu hijo asociará su mala conducta con una consecuencia cercana. Es mejor que hoy tenga que irse a la cama sin la lectura de cuento que esté castigado el próximo fin de semana, (para los niños tanto tiempo es lejano).
No castigues de forma aleatoria o intermitente. Si ha tenido un mal comportamiento, la consecuencia será mala y esto debería suceder siempre. Cuando los padres amenazan con castigar o castigan y luego no cumplen o “levantan” el castigo, los hijos suelen aprender que todo es relativo y que tienen posibilidades de librarse.
Explícale la consecuencia, (“tu comportamiento no es apropiado y por eso nos vamos a salir un rato del cumpleaños. Así tendrás tiempo de calmarte y respirar un poco. ¡No quiero que no te inviten a ninguna fiesta en lo que queda de curso!”)
Adelántate, explicando lo que puede suceder si su comportamiento es inadecuado. A veces, más vale prevenir que curar. Por ejemplo, “procura esforzarte en terminar tus tareas a tiempo, ya que de otro modo quizás no nos dé tiempo a ver juntos la película que tanto te apetece”.
No amenaces ni negocies. Si le amenazas con castigarle o le castigas con cosas que sabes que no vas a poder cumplir, tu hijo puede entender que las normas se pueden negociar, e incluso puede ser para él una provocación, un reto o una amenaza, ¡¡principalmente en edades adolescentes!! Es más apropiado decirle lo que hace mal y lo que esperamos de él. Así le damos ideas sobre comportamientos adecuados.
Deja siempre la puerta abierta al buen comportamiento. Si tu hijo tiene oportunidades para mostrar lo que ha aprendido o para adquirir comportamientos alternativos y adaptativos, tendrás suficientes motivos para elogiarle y felicitarle. Esto también supondrá un aprendizaje.
Recuerda: esta técnica es adecuada cuando se aplica desde la calma, de forma tranquila y relajada. Si la edad de tu hijo lo permite, dale oportunidad al diálogo, para que pueda comprender sus errores y aprender de ellos.
Nuestra recomendación es que uses el castigo solo cuando sea realmente necesario y combinándolo con otras técnicas positivas que le ayuden a aprender y repetir comportamientos deseados.