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Cómo educar en el perdón desde el ejemplo


El perdón desde el ejemplo

Como ya venimos recordando, la mejor manera de cultivar un valor es a través del ejemplo. Sin embargo, la realidad es que en muchas ocasiones no estamos seguros de cómo aplicar estos valores a nuestra vida. Una de las bases del perdón es reconocer nuestra condición humana y la de los demás, así que te animamos a tomar unos minutos para hacerte consciente de aquellas características que nos hacen humanos y por lo tanto imperfectos.



Cómo hacer para perdonar a los demás

El perdón no se define como un acto, sino como un proceso interior. Compartirlo en familia te puede ayudar en la gran labor de educar a tus hijos. Algunos especialistas en los procesos de perdón como el psicólogo Enright, indican que son necesarios cuatro pasos.


Descubrimiento Es una etapa en la que la persona se hace consciente de sus emociones, las acepta y entiende que es normal sentirse así. En el descubrimiento identificamos que nuestro sufrimiento se relaciona con nuestros propios sentimientos de dolor y con el recuerdo de lo sucedido.


Decisión La persona que decide perdonar se cuestiona si mantener esas emociones intensas le ayudan o merecen la pena. En realidad, la respuesta nunca es sí. En este punto la emoción de enfado o ira ya ha cumplido su función avisándonos de que algo nos duele, hace daño y ha sido sustituida por el resentimiento. En este momento de decisión analizamos qué podemos cambiar para continuar con el proceso.

Fase de trabajo Perdonar supone esforzarse en procurar ver al ofensor de distintas maneras, por ejemplo, reconocer su condición humana y cultivar la compasión y la empatía. De este modo se llega a aceptar -pero no a condonar- el dolor que ha sufrido, no importa cuán inmerecido sea. Para ello la persona debe esforzarse en conseguir perdonar. Muchos lo hacen a través de la meditación, visualizándose a sí mismos perdonando de forma sincera y viéndose capaces de hacerlo. Otras personas escriben cartas a su ofensor en las que reflejan sus sentimientos. Eso les ayuda, aunque nunca lleguen a enviarlas. En ocasiones el perdón es un proceso arduo y es necesario dedicarle energía y tiempo, pero el esfuerzo siempre vale la pena.

Profundización Es el momento en el que se empieza a gozar de los beneficios del perdón, reflexionando sobre el trabajo hecho y los beneficios que se reflejan en nuestro bienestar físico, emocional y espiritual. ¡Reconoce y valora tu decisión de perdonar!


Para la fase de trabajo sobre el perdón, te proponemos esta meditación extraida del libro “Tú puedes aprender a ser feliz” de Carmen Serrat-Valera (2010).



MEDITACIÓN PARA EL PERDÓN A LOS DEMÁS Carmen Serrat-Valera




  1. Tómate tiempo para relajarte.

  2. Centra tu atención en tu corazón percibe sus latidos y su calor.

  3. Pregúntate a ti mismo: ¿qué significa el perdón para mí?, ¿de qué forma se enriquecerá mi vida si consigo perdonar?

  4. Recuerda una experiencia personal en la que haya sido perdonado. Pregúntate: ¿cómo me sentí?, ¿en qué medida me ayudó a tener paz interior? Vuelve a saborear la satisfacción que te produjo ser perdonado.

  5. Trata de imaginarte cómo sería el mundo si reinasen el perdón y las relaciones amistosas, afectuosas y cordiales.

  6. Cuando te sientas cerca del perdón y haya sentido su importancia, imagina a la persona con la que estás resentido. Deja que se aproxime y toma conciencia de lo que sientes hacia ella. Tómate tu tiempo. Deja que emerjan las emociones, por negativas que sean. Date permiso para sentirlas, no luches contra ellas.

  7. Si tus emociones son demasiado fuertes, haz una pausa. Concéntrate en tu respiración lenta y profunda por unos segundos. Lleva tu atención hacia las sensaciones de tu cuerpo.

  8. Vuelve a la escena, al reencuentro con esa persona experimentando y aceptando de nuevo las sensaciones. tómate tiempo para digerir las y asimilarlas antes de continuar. Si no haces nada para combatirlas, si te relajas y aceptar las emociones, te sorprenderá comprobar cómo se va reduciendo su intensidad.

  9. Reinterpreta el acontecimiento doloroso de forma distinta. Trata de disculpar a la persona que te ha herido. Busca otra explicación a su comportamiento: tal vez estaba mal cosas mejor, quizás no quisiera hacerte daño y simplemente actuar así por miedo… Ten en cuenta que las personas que hacen daño a los demás se sienten a su vez heridas, preocupadas o atemorizadas. Deja de culpar a esa persona. Sustituye el rencor por la compasión.

  10. Sigue aproximando hacia la persona que quieres perdonar. Continúa observando lo que pasa en ti. Tal vez sientas que ponerte en su lugar es de tontos, qué estás haciendo el primo. No te rindas: perdonar no es fácil y es normal que se produzcan este tipo de resistencias.

  11. Cuando estés preparado, habla con esa persona. Dirígete a su corazón y, con tus propias palabras, a tu manera, repítele suavemente: “Te perdono. Perdono todo lo que me has hecho en el pasado, de manera deliberada o no. Perdono el daño que me has hecho y lo que me ha perjudicado: tus palabras, tus gestos o incluso tus pensamientos. Te perdono, te perdono…”

  12. Si el resentimiento vuelve a apoderarse de ti, vuelve a hacer una pausa. Concéntrate en tu respiración y vuelve a ponerte en el papel de quien te ha ofendido. Cuando lo hayas conseguido vuelve a hablarle: “Te perdono”.

  13. Imagina que le suceden cosas buenas al otro. Hacer esto, aunque posiblemente te resulte difícil, es el mejor antídoto contra los deseos de venganza. Al principio te costará, pero si practicas y practicas te darás cuenta de cómo cambia tu visión de la otra persona. Quizás puedas descubrir tu parte de responsabilidad en lo que os ha sucedido, en qué medida has podido contribuir al conflicto. Tal vez ahora te parezca imposible, pero poco a poco, cuanto más repitas las visualizaciones, te darás cuenta de que ya no te cuesta tanto trabajo desear que al otro le pasen cosas buenas. En ese momento sabrás que ya te sientes mejor y que tu rencor se ha ido esfumando.

  14. Si notas que te cuesta desprenderte de tu resentimiento, prueba visualizar también lo siguiente: imagina que metes todo tu rencor en una cesta que está atada a ti por un grueso cordón. Al hacerlo, te sientes liberado de un gran peso. pero puedes ir más allá: decides cortar ese cordón dándole un fuerte hachazo. Visualiza esa ruptura simbólica con tu resentimiento, contempla cómo se aleja de ti perdiéndose en el horizonte. Despídete de él y disfruta de la paz de seguir tu camino libre de tus ataduras.

  15. Deja de juzgar a la otra persona. no conoces todos los datos ni estás en posesión de la verdad absoluta. comprende que todo lo que ocurre puede ser contemplado desde diferentes puntos de vista. quién te ha ofendido es un ser humano como tú, con sus defectos y sus virtudes no es un monstruo. toma la firme decisión de no perder ni un minuto más odiando. convéncete de que lo único que consigue el odio es hacerte sufrir.



Es importante recordar que la aceptación es un proceso activo en el que reconocemos que hay muchas cosas que no están bajo nuestro control, como el pasado o la conducta de los demás. A diferencia de la resignación, la aceptación surge de nuestra libertad de elegir y decidir soltar por nuestro propio bien, siempre a partir de una postura de empatía y compasión. ¡Decide liberarte!


Perdonar no es olvidar. Pero ayuda a dejar ir el dolor - Kathy Hedberg

Perdonarse a uno mismo

Otro gran aspecto a tener en cuenta cuando educamos en el ejemplo del perdón es este. Aprender a perdonarnos a nosotros mismos es tan importante como saber perdonar a otros. Se trata de un aprendizaje que, además, puede contribuir a un desarrollo equilibrado y saludable del carácter en los niños. El mayor reto a la hora de llevar a cabo esta práctica es conseguir hacerlo sin caer en una indulgencia o exigencia excesivas.

Te proponemos que experimentes tú mismo sus ventajas. Aquí tienes algunos consejos para su práctica.



  • Acepta la emoción de la culpa. ¡La culpa puede ser buena! Seguramente has sentido culpa en alguna ocasión y te has dado cuenta de que genera sensaciones y pensamientos desagradables, pero ¿te has parado a preguntarte para qué sirve? La realidad es que la culpa es una emoción, y como todas las emociones, cumple una función importante: avisarnos que algo que hacemos no es congruente con nuestros valores o creencias. La culpa puede ser un sentimiento sano, si nos ayuda a aprender de nuestros errores, aceptarlos y perdonarlos. Este tipo de culpa es de gran ayuda para nuestro crecimiento personal, ya que evita que cometamos los mismos fallos en el futuro. De este modo, su función no se limita a avisarnos que nuestra conducta “no es correcta” si no que su objetivo final es motivarnos a cambiarla. Puede ser una brújula que nos permite corregir nuestros errores.

  • Si te has equivocado con alguien o le has fallado, cultiva la empatía hacía el otro. En ocasiones cuando hemos cometido una ofensa tendemos a justificarnos, restándonos culpa o responsabilidad. Por ejemplo “Ella pudo haberme recordado que era su cumpleaños”, “solamente le he insultado porque estaba siendo muy pesado”, “si no hubiera bebido no lo hubiera hecho, no fue mi culpa”, “está exagerando, yo no me hubiese enfadado de ese modo”. Cuando nos justificamos olvidamos preguntarnos cómo se sintió el otro y se nos hace más difícil empatizar. Puede ser útil parar un momento y preguntarnos cómo creemos que se puede estar sintiendo el otro. Cierra los ojos y visualiza a la persona. Pregúntate ¿cómo te imaginas que puede estarse sintiendo? ¿te has sentido así en alguna ocasión? ¿qué necesitabas cuando te sentías así?

  • Cultiva la autocompasión y el perdón a ti mismo. Del mismo modo que deshacernos de la culpa puede ser contraproducente, ser demasiado exigentes con nosotros mismos nos puede generar muchos problemas emocionales y físicos. Las personas que suelen ser muy duras consigo mismas tienden a desarrollar más problemas de ansiedad, depresión y problemas de abuso de sustancias. También presentan mayores niveles de tensión cardiaca y estrés. La autocompasión nos ayuda a reconocer nuestra condición humana, entendiendo que un error no nos define como personas. Las investigaciones sugieren que los delincuentes que reconocen que hacer cosas malas no los convierte en malas personas son menos propensos a seguir participando en actividades delictivas. En pocas palabras, podemos juzgar nuestros actos sin juzgar nuestra persona.





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